Escritos sobre su obra

UNA PINTURA COMPLACIENTE

Tanto el título de la exposición como el perfume invitan a la lírica; mas, quiero huir de la retórica. Jardín, silencio, rincón, perfume, magia, suenan a Soto de Rojas, al hortus conclusus, misterioso, pero esta pintura es diáfana, pretende complacer y complacerse.


El arte es resultado. De sólito, hablamos de honestidad, de verdad, de pureza…¡Señuelos para despistar! Importa lo que resulta de la manipulación del autor. Antonio de Ávila es un pintor que vive de la pintura, por la pintura, para la pintura, en la pintura. A la usanza clásica se ha dado a conocer con el topónimo de su lugar de nacimiento. Ávila se inició en el mundo del arte a través de la figuración costumbrista, pasó después al expresionismo, al hiperrealismo, al realismo mágico; derivó, más tarde, hacia el paisaje, el retrato, aún, a la pintura blanca, para acabar en sus jardines, orquídeas y rosales.


Ahora nos muestra una selección de sus últimos tres años de trabajo. Sin prisa, pero sin pausa, ha dado una vuelta de tuerca a esta postrera iconografía, empleando telas, collage, mezclando óleo y acrílico, al soporte de pvc expandido y al metacrilato como efecto, haciendo dialogar las veladuras y las transparencias. Todo ello para buscar nuevas sensaciones que provocan nuevas emociones.


El cuadro es un medio para aquello que quiere comunicar el artista. Y mucho más. Quienes se agarran a la manoseada actitud de que pintan lo que quieren ajenos a todo, mienten o se engañan. El autor pinta para conmover, impresionar, hechizar o fustigar al espectador. El pintor necesita vender, es decir, crear un objeto trascendiendo la entidad objetual, que alguien requiere por placer sensorial o intelectual. Para ello, debe crear un mundo visual que aflore la sensibilidad del otro, despertarla, enriquecerla excitarla.


El arte no es un hobby, es una necesidad, un determinante, una forma de vivir, de concebir un mundo propio con el que comunicarse. Acostumbrados a la publicidad de los nombres mediáticos, parece que tras ellos no existe nada o sólo una gleba de pequeños aspirantes. Pero, como sintió Maurice Maeterlinck: “no hay vidas pequeñas: cuando las miramos de cerca, toda vida es grande”.


Cuando contemplamos ese rosal amarillo pajizo, que nos aprehende y nos sorprende, que nos embarga y nos da placer, no pensamos en una vida pequeña, sino en la belleza, en un indicio claro de grandeza expresiva, en la transformación mágica de la materia.


Acostumbrado como está Ávila, a pintar del natural, podríamos pensar en una copia de su jardín, en una representación. No, se trata de una recreación de su taller, haciendo suyo el pensamiento de Edvard Munch, que repetía: “no pinto lo que veo, sino lo que vi”.


Solaz del espíritu, esta pintura que es ambiciosa – toda creación es ambiciosa aunque vista ropajes de sencillez- no está hecha para decorar, sino para llegar al sentimiento, para inundar de perfume un corazón que esta en la vida, sin desdeñar un paraíso. ¡Enseñar deleitando con naturalidad, que belleza, que meguez!.

Tomás Paredes

Presidente de Honor Asociación Española de Críticos de Arte


EN EL SILENCIO DE MI JARDÍN

Este artista abulense, que ha querido ligar a su nombre el topónimo de la ciudad que le vio nacer en 1958, tiene tras de sí una ya larga y fructífera carrera, jalonada de premios y menciones, que avalan una pintura sólidamente fundamentada y practicada en más de doscientos certámenes, en los que obtuvo galardón.

La colección “En el silencio de mi jardín, es la estación término, (por ahora), de un largo recorrido de lenguajes pictóricos, transitados por el artista en su permanente búsqueda de la expresión sensible de su sentir íntimo, en un intento de expresar aquello que subyace detrás de la realidad que contempla, sea mimetizada en su presencia, o traída al lienzo en la paz y el sosiego del estudio, después de haber filtrado lo superfluo y de haberlo separado de lo permanente, en un proceso de raciocinio kantiano.

Cuadros más que luminosos, claros. De una enorme sencillez argumental: Rosales y tiesto con plantas, que ocupan una proporción del lienzo relativamente pequeña; en algunos casos francamente pequeña, en relación a los fondos de tonos claros y planos, en los que resaltan los vivos colores de las flores, de las ramas y de las hojas, de forma tal que, algunos cuadros, traen a la mientes de forma vehemente, reminiscencias de las pinturas japonesas de la escuela Kano.

Cuadros sin sombras, consecuencia de la luz difusa que los ilumina desde dentro, en los que el autor ha querido pintar y hacer perceptible el espacio, que aprehende entre alguna línea horizontal que cruza el cuadro y una tenues líneas convergentes, que tienden hacia la verticalidad, cuyo juego provoca un delusorio efecto de vacío, y que, para hacer más perceptible, más “tangible”, (si se nos permite), ese espacio retenido en la pintura, en algunas obras, el pintor cubre el lienzo con una de caja de metacrilato transparente, jugando con las sombras que, las pinceladas impresas sobre ella, proyectan sobre el lienzo.

Composiciones difíciles, pero conseguidas, donde la armonía juega su parte en un congruo juego de dibujo, color y vibrantes transparencias, goteos y veladuras.

De las obras que presenta Antonio de Ávila, en esta colección, emana un lirismo melárquico y placentero, que es su seña de identidad diacrítica.

Benito de Diego

Crítico de arte. Marzo de 2014


ANTONIO DE AVILA: DE ORQUÍDEAS, ROSAS Y ROSALES.

Apreciar la dimensión de un pintor dejándose llevar por ese primer impacto que se suscita ante el encuentro con la obra, se radicaliza cuando el sentido advierte que aquello que el artista nos presenta elaborado, es una epístola abierta; un lugar en las intenciones nunca antes conocido, un requiebro de la inteligencia emocional para emocionar, una decisión, un decir mostrando mas que diciendo, un estado de la materia artística que nunca antes había sido antes de la pintura del pintor.

Digo esto porque he visto a Antonio de Ávila pintar sin escondites. He visto el lienzo en blanco hasta hacerse lugar y motivo donde antes no hubo ni sospecha de luz. Y es que ser testigo del hacer, es mucha cosa. Es estar durante el pensamiento en color y forma del pintor, para darse cuenta que, cada cuadro, ademán, velado y proporción no es otra cosa que espacio creado, ingenio y espíritu convocado al cónclave de la estética llegado de épocas cargadas de experiencia, abriendo el paso a la depuración trabajada y compleja que destila la sólida impronta de lo perenne.

Y es que bajo la sencillez del título que da origen a esa muestra, Antonio de Ávila nos sitúa en ese espacio intermedio entre la melancolía y la exaltación, entre el estremecimiento técnico y la solicitud de una serenidad acentuada por la intensidad de los motivos sobre el escenario de lo crudo y el desamparo de los vacíos. La naturaleza, se asoma con piel aterciopelada, pliegues y luz en solitario encuentro consigo misma, caprichosa en sus formas y valiente ante sus propias sombras.

El pintor, no adereza sino escucha y pinta, escruta el significado del plácido rutilar de la flor, las flores y sus hojas, los tallos y el intrincado edificio arracimado del germinar prestándose a la mirada.

Antonio de Ávila, desnuda de lugares cada composición. Nos las hace llegar en su encuentro con las sensaciones. No es pues naturaleza pintada, sino la anatomía perfecta de un universo tan bello como efímero, tan arcadio como renovado, tan cautivador como extraordinario es el ritmo áureo de sus crecimientos azarosos, tan sólido como evanescente su lozanía y tan a tierra postrado como enigmático el sentido que guarda cada pétalo abrazado al cáliz donde se sujeta a la vida.

Juan Antonio Tinte

Crítico de Arte, Octubre 2010



ANTONIO DE ÁVILA en la Galería Espacio 36

Hay ojos que miran de soslayo, dejándose llevar por la inercia del movimiento porque las cosas fluyen, como la vida fluye, como todo fluye.

13JUN17 - ZAMORA.- Antonio de Ávila debe mirar extasiado y acariciar con sus ojos como si los dedos fueran insuficientes para captar el objeto hasta hacerlo suyo. Son sus dedos y son sus ojos los que resuelven este prodigio pictórico convertido, esta vez, en un jardín “vertical”, un jardín sobre lienzo.

Así contemplamos estas obras llenas de belleza y precisión. Belleza que se desparrama en motivos florales donde compiten en color el rojo, el rosa, el amarillo, el verde frondoso de las hojas que las cobija. Precisión porque vemos su obra en tres dimensiones: las flores emergen de la tela como emergen de la tierra, en silencio, sin estridencia, para colmarnos de gozo. Incluso podríamos pincharnos si no estuvieran protegidas por la transparencia del metacrilato. Una maravilla pictórica que el espectador hace suya de inmediato para establecer un vínculo indestructible con el artista.

Existe gran delicadez, incluso cierta femineidad en la obra del maestro Antonio de Ávila que hace de cuanto lleva al lienzo, objetos para admirar, para proteger, para acariciar; como se acaricia la piel de un niño o el nacarado cuello de una joven. Así el espectador se introduce en el interior del artista porque éste ya se ha introducido en nuestro interior.

Las hojas rodean a las flores y las abrazan, mientras éstas se elevan, se desplazan a izquierda o a derecha, a su gusto, a gusto de la habilidad del pincel que danza al albur de la voluntad del artista tras largas horas, imaginamos, de observación contemplando su crecimiento.

Esta muestra es como un juego de luces y de espejos donde se refleja la vida en la mirada y en el recuerdo. Una muestra que invita a evocar paisajes y situaciones de infancia, juegos de niños allá, cada uno en su lugar. El artista hace un guiño a los zamoranos y nos enfrenta con las aguas del Duero: el perfil de la cúpula y la torre de la Catedral, los edificios colindantes....los troncos rebeldes, quebrados, en primer plano mientras el reflejo del agua se cimbrea en nuestros ojos.

Sus obras se encuentran en numerosos centros repartidos por toda España y sus premios y distinciones, innumerables.

Bellísima muestra de depurada técnica, de gran profesionalidad pictórica.

Vayan a verla. La primavera entrará en sus ojos.

Concha Pelayo es escritora y miembro de AECA y AICA




ANTONIO DE AVILA exposición “De orquídeas, rosas y rosales”

Volver a la naturaleza es tarea obligatoria de los pintores para renovar sus retinas y encontrar la belleza. Esta ha sido la tarea de Antonio de Ávila en su última exposición en Ávila –su tierra natal- titulada “De orquídeas, rosas y rosales”.

Déjala. No la toques más, la rosa es así, viene a decir el viejo poema. Antonio de Ávila (Ávila 1958) ha abordado los rosales más que las rosas; rosales en macetas, alcorques o pequeños árboles que realzan el conjunto de las rosas.

El pintor registra todo su cromatismo: rojas, rosas, amarillas, blancas… La figuración de los rosales se asienta en delicados zócalos en tonos de grises y ocres, que ayudan a realzar la figuración del cuadro.

Pintura figurativa, de pigmento, de atención al dibujo y a la cálida de la pincelada. Pintura poética de suma fineza que agrada a las retinas y cuestiona el ánimo.

Un poema de Juana de Ibarburu

El mundo de las abundantes rosas trae a la memoria “El dulce milagro”, célebre poema de la uruguaya Juana de Ibarburu (Melo, 1892 – Montevideo, 1979):

¿ Que es esto ? ¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. Mi amante béseme las manos, y en ellas, ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas.(…)

Cantaré lo mismo: "Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen". ¡Y toda mi celda tendrá la fragancia de un inmenso ramo de rosas de Francia!

Inquietante y singular el cuadro titulado “Orquídeas para Darwin I”, en el que se aprecia un dibujo esbozado en la parte inferior de la maceta, mientras que el artista se detiene moroso en las flores.

Antonio de Ávila estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Ávila y posteriormente entró en la Escuela de Benjamín Palencia. En su trayectoria artística ha ganado más de doscientos premios de pintura “seca o al aire libre”, debido a su virtuosismo en el arte del pigmento. Actualmente ha instalado su estudio/taller en el pueblo abulense de Berrocalejo de Aragona.

La Mirada Actual.

JULIA SAEZ ANGULO (noviembre de 2010)



Galería espacio ARDEARTe

11.5.19 .- Madrid .- Una treintena de obras, óleos, acuarelas y collages, presenta el pintor Antonio de Ávila en la galería ARDEARTe de Madrid, hasta el próximo mes de junio. Una treintena de cuadros que prolonga su exitosa serie de flores, que ha merecido algunos premios y galardones.

Orquídeas, rosas y geranios en arbustos, macetas o ramos, que dotan de alegría, color y gracia a un pintura que se hace grata a los ojos y a la sensibilidad del espectador. El autor juega con frecuencia con el trampantojo de la materia entre el soporte del lienzo, el papel, el pigmento, los textiles de las flores y el metacrilato que las protege para dar una sensación más matérica y de relieve en el espacio interior de las piezas.

Una figuración que alterna el dibujo de las plantas, flores, vallas de madera y rodrigones, con una interpretación más desecha de las mismas. Antonio de Ávila cuida la composición con una atención especial a la proporción áurea, de modo que los planos parecen insinuar una banda o un tapial que subraya el motivo floral. Algunas líneas en la base o en el metacrilato de cubierta añaden una presencia o fijeza geométrica a la iconografía.

Antonio de Ávila (Ávila, 1958) es un pintor de acendrada trayectoria artística, fiel a su propia elección y coherencia plástica en los distintos estilos que se han ido encadenando en su obra, centrada últimamente en la flores radianes y hermosas durante más de diez años.

Julia Sáez-Angulo,

11.5.19 - Madrid